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PRESENTACIÓNInmaculada Delgado

 

ARTÍCULO CLÁSICO

Biología y futuro del psicoanálisis: retorno a una nueva
estructura intelectual para la psiquiatría

Eric R. Kandel

 

ARTÍCULOS MONOGRÁFICOS

Argumento a favor del neuropsicoanálisis: Por qué el diálogo
con la neurociencia es necesario pero no sufi ciente para el
psicoanálisis

Yoram Yovell, Mark Solms, Aikaterini Fotopoulou

 

Apuntes sobre sustratos neurobiológicos de la psicopatología

J. Javier Fernández Soriano

 

Creencias y delirios
Pedro Pérez García

 

 

La conversación ordinaria como instrumento de la
técnica psicoanalítica
Carlos Sánchez

 

Cuando lo insufi ciente de la somatización se convierte
en acontecimiento somático
José Eduardo Fischbein

 

 

 

 

Nº. 96 (digital) Avances en la composición del psiquismo

10,00 €Precio
  •  

    Presentamos este número con la intención de mostrar los avances en dos temáticas que ya hemos tratado en esta revista y que están muy presentes en nuestro trabajo clínico y desarrollo científico, como son las neurociencias y la forma de abordar los trastornos psicosomáticos.

    Partimos de la articulación de lo psíquico, lo neurofisiológico y
    lo somático; vemos en nuestros pacientes cómo las conexiones entre las emociones y las respuestas corporales, hormonales, viscerales y motoras conducen a cambios físicos reales y pueden contribuir a producir trastornos psicosomáticos.

    Que hay unos cambios neurofisiológicos en relación a dinámicas
    psíquicas parece estar fuera de toda duda. Son muchas las investigaciones que prueban que estos cambios neurofisiológicos evidencian la existencia de procesos mentales inconscientes, que nos hablan de la importancia del cuerpo y de su papel activo en la vida mental.

    También sabemos, lo decía Kandél en 1998, que los procesos
    mentales complejos como el aprendizaje o determinados comportamientos sociales actúan sobre el cerebro, modificando la expresión de los genes y, por consiguiente, la función de las células nerviosas, lo cual confirma que las funciones mentales reflejan funciones cerebrales.

    Como se ha apuntado en varias ocasiones, las secuencias causa-
    efecto no son sinónimo de identidad; la comprensión del sentido
    de la conducta y de las experiencias subjetivas está en un nivel de
    coherencia diferente de cualquier formulación neurofisiológica, se
    trata de niveles distintos de discurso que se complementan.

    Nos unimos a la evidencia de que los estudios de la percepción,
    la memoria y la conciencia serán siempre incompletos si no se añade
    al punto de vista objetivo que da la biología, el subjetivo dado por el
    psicoanálisis

    En el trascurso de los últimos años se ha puesto de manifiesto que
    son los procesos mentales, en su mayoría inconscientes, el punto de
    encuentro de las neurociencias y el psicoanálisis que viene dado,
    como apuntaba Pally en 1998, por la emoción inconsciente que funciona coordinando el cuerpo y la mente de un individuo, y entre
    los individuos. Esta autora puso como ejemplo de integración de las
    neurociencias y el psicoanálisis, la enorme dependencia que tiene el
    desarrollo cerebral de la experiencia adquirida en la infancia.

    También hemos visto a lo largo de estos años cómo los temas
    centrales en las investigaciones neurocientíficas convergen con las
    emociones, el conflicto mental y el apego, así como con la neurociencia afectiva y social. Por ejemplo, los hallazgos recientes en neurociencia se sintonizan con los modelos de localización dinámica de la función mental. En estos momentos, los investigadores están aportando datos experimentales que ayudan a posicionar fenómenos que son pilares en el psicoanálisis, como el inconsciente, el Yo, o el Superyó, y esto no nos puede dejar indiferentes.

    Al posicionar distintos fenómenos psíquicos en el cerebro podríamos pensar que si, tras un tratamiento psicoanalítico aumentan las conexiones neuronales en esa área, se ha desarrollado o ampliado el Yo, Superyó, o se han hecho conscientes aspectos inconscientes.

    Estos fenómenos tienen su origen en el cerebro, y la experiencia
    subjetiva relacionada con estímulos externos afecta también a
    los procesos estructurales del cerebro. Así, la biología determina la
    función pero, aquí también, la función hace al órgano, sobre todo
    durante los años formativos de la infancia, lo cual es avalado por
    prestigiosos neurocientíficos.

    Toda esta apertura nos genera incertidumbre y, como dice Pérez
    García en el artículo publicado en este número, es parte de nuestro
    modo de conocimiento, una perspectiva abierta a la realidad, que
    introduce el concepto de verdad parcial, compartida y verificable por otros, y permite un cuestionamiento permanente y en espiral.

    Pensamos que es entendible que en un principio uno se oponga a
    la biologización reduccionista y despiadada de lo subjetivo y de lo
    personal que dan las neurociencias, pero esto no significa que no se pueda establecer un diálogo con los neurocientíficos. Más cuando
    no es una novedad; Freud ya lo intentó, y al no tener medios para
    explicar el funcionamiento psíquico que él presuponía gobernado
    por funciones neurofisiológicas, optó por una nueva disciplina, con
    la que intentó explicar la función dinámica de la estructura mental,
    aunque permaneció fiel a la idea de que sus modelos de la mente,
    algún día, serían correlativos a los modelos de la función cerebral.

    Damasio (2002) decía que, según vayan pasando los años y conozcamos mejor el funcionamiento del cerebro, se irá demostrando que la neurología confirma muchas de las ideas de Freud, y así esta sucediendo.

    En esta línea surgió en los años noventa el neuropsicoanálisis,
    como un intento de tender puentes entre los métodos psicoanalíticos y neurocientíficos, los hallazgos y las teorías de la mente. En el año 2000, Solms fundó la Sociedad Internacional de Neuropsicoanálisis, un pequeño grupo de psicoanalistas y científicos que se unieron para crear un foro de diálogo interdisciplinar.

    Desde entonces se han mostrado respetuosos con las distintas
    ciencias. Solms argumenta, fiel a Freud, que cualquier método que
    intente reducir los fenómenos mentales a fenómenos neuronales, o
    que intente establecer una estricta localización de las funciones mentales
    en áreas diferenciadas del cerebro, no es apropiado para el interrogatorio neuropsicoanalítico, ya que puede estar sacudiendo las bases fundamentales sobre las cuales el psicoanálisis fue construido.

    El neuropsicoanálisis defiende que la neurociencia y el psicoanálisis
    no pueden convertirse en una sola disciplina, sino que son y
    seguirán siendo inherentemente distintas, con metodologías diferentes para investigar dos aspectos complementarios de la mente: el subjetivo y el objetivo, ninguno de los cuales puede reducirse al otro o ser más real que el otro.

    Como decía Ansermet en 2014 —y quedó refl ejado en un número
    anterior de esta revista—, la relación del psicoanálisis con la biología
    no se concibe para que la biología confirme o invalide las tesis
    del psicoanálisis; se trata, al contrario, de ver al psicoanálisis como
    ofrece su encuadre a las neurociencias, a fin de permitirles abordar, de forma diferente, algunos de sus interrogantes, o abriéndoles nuevas pistas de exploración, para que puedan explorar el vínculo entre propiedades y estados.

    Estamos de acuerdo con los neurocientíficos que observan cómo
    un renovado interés en el campo experimental y académico del psicoanálisis, puede mejorar su comprensión de los mecanismos complejos de la mente y del cerebro.

    Desde esta perspectiva comenzamos este número con quien es ya
    un clásico en el ámbito de la neurociencia, ganador del Premio Nobel en Medicina en el año 2000: Kandél. En este trabajo manifiesta su elevada consideración hacia el pensamiento psicoanalítico y muestra su preocupación por el aislamiento en el que se encuentran sus instituciones. Hace una revisión de los factores que han contribuido a la crisis del psicoanálisis, como son la subjetividad de la metodología, no evaluada experimentalmente, y que los institutos psicoanalíticos no examinan su trabajo docente ni desarrollan una vía más crítica de enseñanza. Como proponía el Informe Flexner para el ámbito de la medicina, una propuesta para las instituciones psicoanalíticas sería que estuvieran integradas en una universidad.

    Parte de la idea de que se dé una intersección del psicoanálisis
    con la biología para que ambos sigan avanzando. Considera que el
    psicoanálisis, además de ser un elemento necesario y enriquecedor
    para la comprensión del funcionamiento psíquico en el avance de las
    investigaciones en neurociencias, a su vez, se beneficia de las contribuciones de la biología a la comprensión de los diversos
    procesos mentales inconscientes, al concepto del determinismo psíquico, al papel de los procesos mentales inconscientes en la psicopatología o a la comprensión del efecto terapéutico del psicoanálisis.

    Apoyándose en numerosas investigaciones, muestra distintas
    áreas en las que la biología podría unirse al psicoanálisis para realizar
    importantes contribuciones. Por ejemplo, localiza en el cerebro
    lo que él llama «inconsciente de procedimiento», que es lo que otros
    neurocientíficos denominan «memoria de procedimiento» o «implícita», esto es, un inconsciente no reprimido, que ha sido considerado de vital importancia en el desarrollo moral precoz, en aspectos de transferencia y en momentos significativos en el tratamiento psicoanalítico.

    Para el autor, la contribución fundamental de la biología es su
    capacidad de obtener imágenes de los procesos mentales, así como
    poder captar diversos componentes de la memoria de procedimiento; es en esta memoria donde se codifican las primeras experiencias del niño con sus padres, un periodo crítico para su desarrollo social.

    Kandél hace referencia a diversos estudios e investigaciones que
    permiten entender cómo se forman los mecanismos de defensa; explica ciertas represiones por la pérdida de neuronas en el hipocampo, en unos casos, o por inmadurez cerebral, en otros. Estos estudios también le llevan a posicionar el preconsciente y ciertos aspectos del juicio moral, que nos evocan al Superyó, en la corteza prefrontal.

    Otra de sus aportaciones es la afirmación de que el progreso en
    el estudio de las características dismórficas sexuales ayudará a los
    psicoanalistas a comprender mejor la identidad y la orientación sexuales.

    Se muestra convencido de que el psicoanálisis puede realizar
    cambios persistentes en las actitudes, hábitos y conductas conscientes e inconscientes, lo cual produce alteraciones en la expresión génica y lleva a cambios estructurales en el cerebro. Así, cuando mejoren las técnicas de imagen, el objetivo sería poder diagnosticar enfermedades neuróticas y controlar los progresos de la psicoterapia simplemente observando el cerebro.

    Kandél marca en su artículo los puntos fuertes de cada una de las
    ciencias. Los de la biología son su forma rigurosa de pensamiento,
    su profundidad en el análisis y su aportación de lo conceptual y lo
    experimental. Y los del psicoanálisis, su visión compleja de los aspectos que trata y su capacidad de tutorizar y orientar una compresión satisfactoria de la mente-cerebro.

    Concluye subrayando la necesidad de un verdadero diálogo entre
    la biología y el psicoanálisis si queremos alcanzar una comprensión
    coherente de la mente, sin una indeseable e imposible reducción de
    los conceptos psicoanalíticos a los neurobiológicos, porque ambos
    tipos de conceptos no son idénticos.

    El propio Kandél comenta que diversos investigadores han observado la posibilidad de unir el psicoanálisis y la biología de forma experimental, y destaca especialmente los importantes intentos de Solms, autor del siguiente artículo y de quien ya publicamos, en un número anterior de esta revista, un trabajo sobre neuropsicoanálisis. Así comienza también este nuevo artículo que, para evitar la reiteración, se reproduce desde su apartado tercero.
    En esta ocasión, Solms, Yovell y Fotopoulou examinan las críticas
    que Blass y Carmeli (2007, 2013) hicieron en contra del neuropsicoanálisis, y que consideran representativas de varias objeciones surgidas dentro del psicoanálisis. Unifican dichas críticas en tres postulados que van contestando. El primero de ellos es que las neurociencias, en esencia, son irrelevantes para el psicoanálisis; parten de que son prácticas científicas independientes, que crean diferentes tipos de inferencias de los procesos mentales y que surgen de dos fuentes distintas: del estudio de la experiencia subjetiva, por un lado, y del estudio de los estados y las funciones del cerebro, por el otro. Los dos métodos intentan comprender las funciones de la mente, pero ninguno se ha mostrado suficiente, por lo que es necesaria la colaboración y el diálogo entre ambos, para generar cooperación, no incorporación.

    Los autores relatan evidencias clínicas y experimentales que
    muestran que los significados mentales pueden tener una influencia
    directa y sistemática en los procesos cerebrales, así como los efectos del daño neurológico afectar a partes específicas del aparato mental.

    A través de un caso clínico, ilustran cómo, en temas de abuso sexual,
    se encuentran diferencias significativas en el hipocampo, o que entender cómo madura y se desarrolla el cerebro durante la infancia
    ayuda a elaborar modelos psicoanalíticos que dan cuenta de las complejidades de la mente. También hacen referencia a los importantes estudios sobre la memoria que amplían los conocimientos sobre la represión.

    Para los autores es impensable que pacientes con anormalidades
    cerebrales no puedan ser tratados psicoanalíticamente, postura que
    ejemplifican con un caso concreto. Concluyen que no se puede negar el aspecto subjetivo de lo neurológico y que conocer el alcance de estas anormalidades ayuda al psicoanalista en su metodología e influye indirectamente sobre su práctica analítica.

    Con respecto al segundo postulado de Blass y Carmeli: el neuropsicoanálisis no es un método psicoanalítico, lo rechazan con las propias palabras de Freud, y aportan los últimos descubrimientos
    neurocientíficos, por ejemplo, respecto a la conducta de apego, para
    demostrar que las nuevas ideas biológicas afectan a cómo escuchamos e interpretamos a nuestros pacientes.

    Para contestar al tercer postulado: el neuropsicoanálisis es peligroso
    para el psicoanálisis, piden ayuda a este último para contrarrestar
    la tendencia de las neurociencias a simplificar las posiciones
    neurofisiológicas complejas. Afirman que el nivel psicoanalítico de
    observación e interpretación puede evitar que las teorías neurocientíficas lleguen a conclusiones erróneas, cuando intentan explicar los fenómenos mentales desde un punto de vista objetivo, externo y conductista, y explicitan que cada vez es mayor el número de psicoanalistas que creen que el diálogo con las neurociencias puede enriquecer y expandir la teoría psicoanalítica.

    Finalizan insistiendo en que, si bien las teorías neurocientíficas
    nunca van a remplazar a las psicoanalíticas, porque ambas trabajan
    con dos comprensiones del aparato mental diferentes (el cerebro
    objetivo y la mente subjetiva), es necesario el diálogo con cautela y
    tolerancia interdisciplinar entre las dos ciencias.

    Precisamente con esta actitud y maestría, se acerca nuestro compañero Fernández Soriano a esta materia tan trabajada por él. En sus «Apuntes sobre los sustratos neurobiológicos de la psicopatología» describe las alteraciones de los principales circuitos cerebrales implicados en el procesamiento de la información y de las emociones, así como las alteraciones en los neurotransmisores cerebrales y las repercusiones en el sistema nervioso autónomo, que pueden observarse en un destacado número de trastornos psicopatológicos.

    Toma como referencia para el procesamiento de la información
    la corteza prefrontal dorsolateral, la corteza prefrontal medial y la
    corteza orbitofrontal, siendo la corteza prefrontal dorsolateral la más evolucionada, cuyas funciones relaciona con el Yo. Las funciones de
    la corteza prefrontal medial las considera relacionadas con el Ello y,
    con respecto a la corteza orbitofrontal, la más primitiva, relaciona
    sus funciones con el Superyó.

    Para el procesamiento de las emociones toma como referencia la
    corteza prefrontal medial y el sistema límbico, en el que destaca la
    importancia de la amígdala. Lleva a cabo un estudio de la correlación
    de las alteraciones cerebrales y del sistema nervioso autónomo
    en distintos trastornos psicopatológicos. Por ejemplo, considera que
    en los trastornos de ansiedad se da una disminución del metabolismo en la corteza prefrontal, con alteraciones de la amígdala y la corteza orbitofrontal, regresión a modos de funcionamientos más primitivos y una disfunción en los sistemas de procesamiento de las amenazas
    inconscientes.

    Con respecto a la histeria de conversión, hace un análisis de cómo
    entender los síntomas de las pacientes de Freud, a la luz de los nuevos avances, en cómplice sintonía con el anhelo del maestro. Concluye que, en la histeria de conversión, la voluntad está secuestrada por la potencia de los afectos.

    Sitúa la principal base neurológica del trastorno obsesivo- compulsio en la disfunción del circuito reverberante, y pone como
    ejemplo a Manuel de Falla, quien, tal vez por la hiperactividad de las
    conexiones entre el sistema límbico y la corteza prefrontal, mostraba
    una elevada influencia de lo emocional sobre lo racional.

    En el caso de Beethoven, su depresión se relacionaría con una
    disminución de la actividad prefrontal y un aumento del metabolismo en la corteza infralímbica, entre otros signos, lo que implica que las emociones negativas dominen el pensamiento y el humor.

    Tras un estudio neurobiológico del trastorno de estrés postraumático, cuyos daños considera difícilmente reparables, resulta revelador que, en los trastornos límites de personalidad, se hayan encontrado alteraciones bioquímicas que parecen plasmar los problemas de apego, depresión e inestabilidad de estos pacientes. Correlaciona un mayor grado de psicopatía con la reducción del volumen de la amígdala y una mayor activación de la misma.

    Finaliza deteniéndose en la esquizofrenia, cuyas múltiples manifestaciones psicopatológicas coinciden con la multiplicidad de alteraciones de la estructura y función cerebrales, y cuyo déficit en el funcionamiento neurológico nos familiariza con un déficit psíquico.

    Para continuar con este discurso aperturista, publicamos el artículo
    de Pérez García, que nos habla de cómo el colectivo humano
    necesita de la cultura para compartir conocimientos, investigar, crear y preservar criterios que expliquen aquello que es difícil de comprender. De ahí que aluda a la apertura de nuevos enfoques en los que el conocimiento ya no depende de la evidencia o las certezas.

    Se le ve comprometido y atento a cómo los nuevos descubrimientos
    nos confrontan con nuestra única evidencia: no está en nuestras
    manos extraer conclusiones dogmáticas, creencias cerradas e incuestionables. Y es esta evidencia, como ya hemos apuntado al principio de esta presentación, la que da paso a la incertidumbre que es parte de nuestro modo de conocimiento.

    Para llegar aquí elabora un interesante trabajo, «Creencias y delirios
    ». Comienza estableciendo un paralelismo entre ambos conceptos:
    los sistemas delirantes como procesos mentales defensivos propios
    de la psicosis, y las creencias como construcciones culturales
    que creamos para defendernos del tiempo real y de sus angustias.
    Para el autor, el delirio responde a una necesidad interior que genera
    una ilusión y se constituye en una ideología incuestionable. La
    creencia es algo subjetivo que nace del grado de seguridad del sujeto y depende de los motivos, con frecuencia emocionales.

    A través de una cuidadosa selección de citas y conceptos, muestra
    lo que comparten las creencias y los delirios: que se basan en un supuesto no verificado tomado como verdad, que utilizan mecanismos de proyección, con predisposición a actuar y pérdida parcial o masiva del sentido de realidad, sistematizándose y estructurándose en constructos mentales cada vez más rígidos y amplios. Concluye que ambos confluyen en la necesidad de transformar el mundo y llegar a ser el Yo ideal narcisista que es incapaz de enfrentarse con la desilusión y la muerte, oponiéndose a la realidad cotidiana, sin aceptar un inicio y un final de nuestra existencia.

    El autor subraya también que, tanto en el pensamiento delirante
    como en los trastornos psicosomáticos, hay un bloqueo de la expresión emocional; en el delirio se da una mentalización como segunda vía para la expresión de ésta, pero cuando falla el Yo en sus funciones de mentalización, se tiene que recurrir al cuerpo, que es lo que ocurre en los trastornos psicosomáticos.

    Profundizando en esta línea, los siguientes artículos hablan de los
    avances en nuestro quehacer clínico con respecto a los trastornos psicosomáticos, bien sea a través de la utilización de la conversación ordinaria, bien a través del acontecimiento somático. Ambos autores se apoyan en la exposición de casos clínicos para su mejor entendimiento.

    Sánchez se centra en la «conversación ordinaria», término heterogéneo usado por los psicosomatólogos, que él propone como recurso cuando no se puede hacer nada más; por ejemplo, en pacientes con incapacidades representativas o que no esperan nada del otro. El objetivo es crear una relación que fortalezca el encuentro entre el paciente y el analista, con una actitud bastante activa por parte del analista para intentar que el paciente se perciba, sea consciente para sí mismo y para el otro a través de su relato.

    Habla de cómo esta técnica fue utilizada por René Roussillon
    para hacerse presente como objeto, ya que partía de la hipótesis de
    que había una ausencia psíquica del objeto en el paciente. El autor
    muestra cómo, en esta modalidad, el analista toma lo que trae el paciente y le propone otra forma de comprender o interpretar distintos fragmentos de su vida psíquica, abriendo el camino a la subjetivación. La diferencia con respecto a anteriores propuestas de conversación ordinaria es que aquí, el analista se deja llevar por su capacidad asociativa para proponer al paciente una nueva versión de lo que éste trae. Aporta un caso clínico como ejemplo y plantea las dificultades que conlleva esta forma de trabajar.

    Terminamos con el trabajo de Fischbein, que establece una diferencia entre la somatización y lo que él llama «acontecimiento somático». Comienza apoyándose en los conceptos de «lo acontecido» y «el acontecimiento», para luego hablarnos de la somatización, que para él parte de una pasividad en el sujeto sometido a lo orgánico, cuya expresión corporal funciona como una defensa arcaica. Relaciona la aparición de somatizaciones con situaciones de frustración y depresión originadas en los vínculos con los objetos libidinales de la actualidad, bajo el modelo de las carencias primordiales, que producen vivencias de impotencia y desamparo que superan la capacidad de resolución conflictiva.

    En el trabajo se plantea un doble movimiento libidinal. Primero
    es la expresión regresiva a un estado de narcisismo con desconexión
    de todo lo que le rodea, cuyo resultado es la somatización; luego se
    produce el segundo movimiento de reconexión con el mundo objetal
    a través del acontecimiento somático.

    El acontecimiento somático se constituye en una bisagra que sostiene, por un lado, la interioridad y, por el otro, la exterioridad del
    sujeto, el sinsentido de lo orgánico y lo simbólico.

    Para el autor, es una compleja construcción mental, una actitud activa encuadrada en el sentido del cuidado y del amor hacia sí mismo, que permite un reencuentro con un otro que posibilita una transformación ligada a significados que se desvían de lo concreto de la biología. La posibilidad de cuestionar el momento de la manifestación, el porqué, el para qué de la somatización, de un trabajo de significación/resignificación de lo somático, da pie al inicio de los procesos de subjetivación.

    El sujeto adquiere así una nueva identidad al plantearse los problemas que padece en relación con el tipo de vida que sostiene, yendo en busca de representaciones y fantasías que hacen posibles las vivencias de desamparo que la enfermedad le ha impuesto y donde los objetos de la actualidad suplantan a los objetos primordiales. Se abre una comprensión, un entendimiento y un sentido, esto es, un camino a la simbolización.

    Con estas aportaciones damos por finalizado este número, dejando
    abierta la posibilidad de que nuestros lectores compartan con nosotros y con lo que ya viene siendo su revista, sus investigaciones, aportaciones clínicas y teóricas que nos permitan pensar y avanzar juntos.

    Inmaculada Delgado

    Comité de redacción.

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