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PRESENTACIÓN
Inmaculada Delgado Pérez

 

ARTÍCULO CLÁSICO

Identificaciones, neorealidades y neosexualidades

Joyce McDougall

 

ARTÍCULOS MONOGRÁFICOS

La perversión

Agustín Genovés

 

Configuraciones edípicas contemporáneas: Reflexiones sobre las nuevas formas de paternidad

Pablo Roberto Ceccarelli

 

¡Solo para chicos! no se permiten madres

Ann G. Somolen

 

Entre familia y parentalidad: Algunas consecuencias de las discontinuidades relacionales
Paul Denis

 

La diversidad en el modelo actual de crianzas
Alicia Monserrat

 

OBITUARIO

Bernardo Arensburg

Gisela Renes

Nº91 (digital) NUEVAS PARENTALIDADES

10,00 €Precio
  •  

    Le damos la bienvenida a este nuevo número que hemos elaborado
    con tanta ilusión, escogiendo un tema de máxima actualidad como
    son las nuevas parentalidades. Nuestra postura será respetuosa. Los
    que nos dedicamos a la clínica, entendida desde el psicoanálisis, somos conscientes de que no nos corresponde posicionarnos en torno a la legalidad, los progresos quirúrgicos o endocrinológicos, como tampoco en las parentalidades y filiaciones deseables.

    Nuestro campo es muy diferente, estamos atentos a lo pulsional,
    al deseo, al complejo de Edipo, a las relaciones de objeto, a las
    identifi caciones. Se trata más bien de analizar cómo se organizan
    estos elementos en un determinado momento sociohistórico de una
    sociedad concreta y de seguir los cambios dinámicos que se producen en estos elementos, siendo así herederos de la posición freudiana, estando abiertos a revisar nuestras teorías a partir de los hallazgos de la clínica y de los cambios sociales, intentando no idealizar la heterosexualidad y no estancarnos en la idea de qué es lo correcto.

    Por distintos autores, como Hegel o Levis-Strauss, sabemos de la
    importancia de la familia como estructura básica de la sociedad y de
    cómo ambas se complementan, no pudiendo existir la una sin la otra.

    Ha habido una importante evolución de la familia, desde
    la tradicional ―en la que se aseguraba la transmisión de un
    patrimonio, con un alto sometimiento a la autoridad patriarcal― a
    la familia actual, fundada en la reciprocidad de los sentimientos y
    deseos, en la que se priorizan las relaciones íntimas y se debilita
    la atribución de la autoridad. Es evidente que el concepto sigue
    cambiando; actualmente, las distintas configuraciones familiares
    están desarrollándose y adquiriendo un estatus legal.

    Estas nuevas configuraciones familiares son las que llamamos
    «parentalidades». La condición para conformarlas es la capacidad
    de sus miembros para el cuidado, el contacto, el apego; para
    favorecer la estructuración psíquica y de reconocimiento del otro. Su construcción va más allá de lo innato y del instinto, que es lo propio de todas las especies.

    En la actualidad existen muchas posibilidades, y el tipo de
    parentalidad se puede elegir con cierta libertad gracias a la conciencia social de nuestra cultura, a la tecnología, a una mirada más abierta y menos definitiva, que nos hace considerar a la persona no solo por su situación legal, que a su vez está bastante determinada por su condicionamiento físico.

    La necesidad de criar a un hijo en las distintas parentalidades
    ya no está tan ligada a la creación de una identidad por parte de
    los padres, sino que parece estar más determinada por un deseo.
    Este deseo de hijo se da en parejas homosexuales y heterosexuales,
    en individuos homosexuales y heterosexuales, sin que se pueda
    hablar de ninguna de estas entidades en bloque, ya que hay actos y
    estructuras heterogéneas en cada una de ellas, desde donde deviene una identidad.

    Por ejemplo, en la mayoría de nuestras sociedades la maternidad
    ha pasado de ser considerada un deber y una obligación, a concebirse como un derecho y una opción.

    El deseo no suele ser puro, puede venir de un anhelo narcisista,
    para la satisfacción de la madre o el padre, o pueden estar en
    juego mandatos, duelos, desafíos, etc. Puede haber un deseo de
    transcendencia, de perpetuación del patrimonio, de acompañamiento en la vejez. Es una construcción interior, con rasgos comunes y singulares en cada pareja e individuo.

    No hay que olvidar que la parentalidad es necesaria para la
    humanización del individuo con todo lo que esto supone, que incide
    sobre la estructuración y el funcionamiento psíquico de este, y que
    todo esto se hace más complejo por el desvalimiento inicial con el que se nos presenta el niño, con una tensión en su aparato incipiente que requiere, para no quedar capturado en lo somático y poder discurrir hacia lo psíquico, de la posibilidad de ligar y establecer relaciones cada vez más complejas a través del trabajo de parentalidad.

    Se ha decidido comenzar este número con un clásico,
    Identificaciones, neonecesidades y neosexualidades, escrito por  Joyce McDougall, una mujer que concibe el desarrollo psicosexual
    a partir de una condición de bisexualidad natural y que destaca el
    interés creciente, detectado a lo largo de los últimos veinticinco
    años, por cómo disfrutar satisfactoriamente las experiencias
    eróticas en uno mismo y cómo satisfacer a nuestra pareja sexual.

    Preocupada por acercar el psicoanálisis a una gran mayoría de
    personas, no es extraño que quisiera evitar en este artículo una
    definición de la perversión, pero la realidad de la imbricación de
    lo clínico con lo teórico que tiene nuestro trabajo, y que se ve
    magistralmente en la viñeta clínica que expone, se le impuso.

    Parte de la idea de que los actos eróticos y elecciones de objeto
    de sus pacientes no son causa de conflicto alguno, ya que no son
    sentidos como obligados, sino vividos egosintónicamente, sin que
    desde luego quieran abandonarlos.

    Hace gala de su mentalidad abierta proponiendo que el análisis
    posibilita el desarrollo de un espectro más rico de actividades
    eróticas y amorosas, y que no es aconsejable que se abandonen, ya
    que supondría una castración, puesto que aseguran el sentimiento
    de identidad sexual que acompaña al placer erótico y, por tanto,
    salvaguardan el sentimiento de identidad subjetiva.

    A esta apertura de la sexualidad la va a denominar «neosexualidad»,
    evitando así un juicio de valor que se incluye en el término
    «perversión», que según ella implica un «vuelco a lo malo».
    Apoyándose en la diferencia que Freud estableció al referirse
    a la homosexualidad para hablar de la variedad de estructuras
    psicosexuales, y deteniéndose en la clarificación de la fantasía
    erótica, llega a considerar perverso el imponer por la fuerza a
    alguien no consintiente o no responsable una fantasía erótica, por
    lo que el término perverso para ella solo puede ser aplicado a las
    relaciones.

    Con ello invita a tener en cuenta los factores cualitativos y
    cuantitativos de la relación, en cuya base está la identificación que
    afecta a las desviaciones sexuales. Sabemos desde Freud que los
    comportamientos sexuales son creados a través de identifi caciones
    y contraidentificaciones, con objetos introyectados, que la autora  valientemente pone sobre el papel mostrando su gran complejidad y
    cómo condicionan las neosexualidades.

    Se va a extender en los aspectos cualitativos y cuantitativos que
    se vinculan a las organizaciones neosexuales. Con respecto a los
    factores cualitativos, considera más apropiados la incorporación
    e introyección que la identificación. Por su formación con niños
    y familias, ensalza inevitablemente el papel fundamental de los
    intercambios sensoriales tempranos entre la madre y el niño, y es en un segundo periodo cuando la comunicación simbólica va remplazando a la física para hablar ya de identificaciones y contraidentificaciones. A través de esta primera relación, McDougall va describiendo cómo la madre, por su conflictiva psíquica inconsciente, puede llegar a generar en el niño la imagen de un cuerpo dañado, llevando a este a la pérdida de representación corporal e identidad.

    Refiriéndose a lo cuantitativo, introduce el concepto de sexualidad
    adictiva, que tiene que ver con la incapacidad de autoasegurarse
    mediante la identificación con las funciones maternas y paternas,
    que perturba las identificaciones edípicas. Así, al concepto de
    neosexualidades añade el de neonecesidades, donde el objeto sexual es buscado a la manera de una droga. Lo explica a través del objeto transicional de Winnicott, como en otros muchos momentos a lo largo de este artículo.

    Concluye que estos factores de la neosexualidad crean una
    neorrealidad al servicio de la homeostasis libidinal y narcisista,
    cortocircuitando la elaboración de la angustia de castración y del
    sadismo infantil, así como la posición depresiva.

    Aclara todo esto con una viñeta clínica de seis años de análisis, en la
    que se aprecia su respeto por los distintos tratamientos psicoanalíticos y, apoyándose en su amplio conocimiento de las diversas escuelas, va mostrando su forma de trabajar a través de la relación transferocontratransferencial, centrándose en las invenciones neosexuales, con un paciente que se presenta como obsesivo, si bien la autora tiene muy presentes las manifestaciones psicóticas anteriores.

    En el proceso se ve la conflictiva entre los padres y, sobre todo,
    la conflictiva intrapsíquica de la madre, mostrando el paciente una  desconexión que le hace dudar de estar vivo. Ahí se ve la necesidad de las neosexualidades, para evitar la pérdida de su identidad subjetiva.

    El artículo Perversión se ha elegido por tratar un tema que va
    en consonancia con el artículo clásico y por la capacidad que tiene
    su autor, Agustín Genovés, de transmitir en términos sencillos y
    claros, gracias a su amplia experiencia docente, conceptos que
    cuesta entender en los inicios del camino del psicoanálisis. Genovés
    expone el tema de la perversión, tomándolo de frente y haciendo un
    recorrido sobre la evolución del término.

    Partiendo de Freud —al que le reconoce ser el primero en ir más
    allá de lo puramente descriptivo para buscar en las profundidades
    rompiendo prejuicios morales y psiquiátricos—, hace un recorrido
    por su obra desde 1905, que comienza cambiando el estatus de la
    sexualidad humana, borrando las fronteras entre una sexualidad
    «normal» y otra degenerada, y se detiene para explicar el desarrollo
    psicosexual en la obra de Freud, que le lleva a concluir que la
    perversión es el negativo de las neurosis.

    Muestra el cambio conceptual, porque si lo anterior se toma al
    pie de la letra llevaría a pensar en la carencia de inconsciente en el
    perverso. Este cambio consiste en plantearlo en términos de defensa, para incluir la renegación, siendo esta enriquecida por los aportes de los postfreudianos.

    El lector va viendo con él el progreso en el pensamiento de
    Freud, con la constitución del narcisismo primario, y cómo con
    ello plantea que la sexualidad puede constituirse como defensa
    frente al fracaso del narcisismo, además de señalar la necesidad del
    Ideal del Yo para la construcción narcisista. Llega así al momento
    en el que la perversión se convierte en un síntoma, siendo defensa
    y satisfacción, uniéndola al Complejo de Edipo, además de
    relacionarla con los impulsos agresivos y libidinosos. El recorrido
    termina en 1927, cuando relaciona la perversión con la angustia de
    castración.

    Llegado a este punto, al ver la insufi ciencia del modelo para todas
    las perversiones, el autor incluye a los postfreudianos, instruyéndonos sobre cómo van paliando estas deficiencias.

    Ve en los aportes de los postfreudianos varias tendencias que va
    desgranando con un cuidado exquisito. Encaja a cada autor en su
    posición, enseña cómo marcan el papel de la agresividad pregenital
    y cómo consideran la perversión una defensa contra la relación de
    objeto; cómo se van pronunciando las distintas tendencias para dar
    cabida a la fantasía inconsciente y el ambiente traumático, hasta
    llegar a formular una perversión común o narcisista que supone la
    cosificación del objeto.

    Va explicitando los pasos de la fantasía de castración, para mostrar
    dónde piensan distintos autores que se queda fijado el perverso, y es aquí donde alude a nuestro primer artículo, el de Joyce McDougall, quien junto con otros autores considera la perversión una defensa para mantener una frágil identidad, bastante condicionada por la salud mental materna y por los déficits en los procesos identificatorios.

    Concluye diciendo que el modelo descrito por Freud, centrado
    en torno a la angustia de castración, sigue teniendo validez en
    estructuras neuróticas, y es complementado por otros en los que
    la angustia fundamental es la pérdida de identidad o la pérdida de
    objeto.

    Adentrándonos ya en el tema de este número de la revista, se ha
    seleccionado el artículo de Paulo Roberto Ceccarelli, Configuraciones edípicas contemporáneas: reflexiones sobre las nuevas formas de paternidad, que toma la línea de la resolución del Complejo de Edipo cuyo elemento central es el complejo de castración.

    Comienza recordando cómo las transformaciones, a las que no
    considera novedosas sino «reorganizaciones colectivas», son la
    continuidad de un proceso de cambios que comienza en la Revolución Industrial y pasa por las dos Guerras Mundiales, y va rescatando en este discurso lo que supuso separar la sexualidad de la reproducción, poniendo como exponente máximo a los psicoanalistas, a través de la obra de Freud «Tres ensayos para una teoría sexual». También señala que, si bien las supuestas consecuencias catastrófi cas de la «revolución sexual» no han sido tales, sí que la especie humana atraviesa una crisis de referencias simbólicas, donde no hay un modelo único de subjetivación.

    Sitúa dicha crisis en el sexo masculino, hablando de «crisis de
    masculinidad» o «declinación del poder materno», que ve como
    reflejo de una «crisis» más profunda: la crisis de la atribución fálica
    como organizador social. Dice que la necesidad de que este lugar
    deba pasar por el hombre (por lo que signifi ca poseer el órgano)
    está cambiando, ya que el proceso de la civilización adquiere nuevos
    modos de subjetivación.

    Por suerte, no coloca al psicoanálisis como guardián de un Orden
    Simbólico supuestamente inmutable, sino que toma una postura
    absolutamente freudiana y pasa a debatir la homopaternidad y los
    procesos de subjetivación.

    Se desmarca de las distintas posiciones de algunos estudiosos y
    hace caer al lector en la idea de que, efectivamente, la diferencia
    sexual infantil no pasa por la anatomía de los padres. Alerta así contra una forma de arrogancia psicoanalítica que se considera portadora de una verdad que la autoriza a determinar las condiciones ideales para un desarrollo psíquico normal, y trae la clínica para recordar las grandes confusiones de los padres, heterosexuales, frente a sus respectivos roles, lo que puede generar indefinición del lugar del niño como hijo o hija.

    Señala que este «posicionamiento» no es indiferente al lugar
    que el niño ocupa en el inconsciente de los padres desde antes de
    su nacimiento y a la dimensión narcisista de ellos. Lo que el autor
    considera esencial para que el sujeto se constituya es que sea
    simbólicamente reconocido por la palabra del Otro.

    Desde aquí pasa a hablar de las reorganizaciones edípicas. Para
    el autor, «resolver» el Edipo significa no ocupar el lugar del objeto
    de goce de los padres, lo que equivale a separarse de las formas
    del deseo inconsciente de estos. El límite, tanto para el niño como
    para los padres, es establecido por la prohibición del incesto, y
    el elemento central en la resolución del Edipo es el complejo de
    castración. Alerta sobre el problema que ve en la propuesta de
    Lacan, que postula la existencia de un padre separador, y es que el
    psicoanálisis se erija como defensor de la función paterna, con sus
    consecuencias ideológicas.

    Para Ceccarelli el complejo de castración traduce las restricciones
    que el proceso de civilización impone al infante para que se
    constituya como sujeto, constituyendo el periodo edípico la etapa
    final de este proceso cuya disolución depende del orden simbólico
    que en nuestras sociedades tiene en el padre a su representante, que no a su guardián.

    Y apunta que lo que puede diferenciar a los niños criados por una
    pareja homoparental es lo que diferencia a los seres humanos entre
    sí, los procesos identificatorios y las elecciones de objeto de cada
    uno.

    Se ha recuperado un artículo de Ann Smolen, «¡Solo para chicos!»
    No se permiten madres, ya trabajado en el International Journal of
    Psychoanalysis
    , por su complementariedad con el artículo anterior y
    relevancia en la clínica. El caso viene acompañado en su publicación
    de tres comentarios que no se ha considerado oportuno reproducir en este número, pero el lector puede acudir al original si está interesado.

    Es el análisis de un niño de 5 años adoptado por una pareja
    homosexual en unas condiciones conmovedoras. El texto va
    marcando la peligrosidad de la falta de relación y de cercanía de
    esta familia, así como la pobre vinculación de los padres con el niño,
    teñida de rabia por las separaciones previas de ambos.

    A la autora se la ve trabajar con un enorme respeto y tenacidad
    para ayudar a su paciente a organizar una estructura, y facilitarle la
    incorporación de objetos buenos lo suficientemente constantes.

    Para hablar no ya de nuevas parentalidades, sino de la configuración
    y lo conflictivo de una parentalidad supuestamente ideal como es
    la pareja heterosexual con deseo de hijo, pero condicionada por las
    exigencias de su época, se ha escogido una ponencia de Paul Denis
    que se publicó con el título de Entre familia y parentalidad: Algunas
    consecuencias de las discontinuidades relacionales.

    Alude al estudio de los primatólogos para explicar las
    consecuencias psicopatológicas que la manera de ocuparse de los
    niños y las modificaciones en la familia están produciendo.

    Va advirtiendo de ciertos cambios, por ejemplo, que la guardería
    tienda a sustituir la función materna, que la noción de parentalidad   vaya ocupando el lugar de noción de familia, el papel de  determinado tipo de feminismo que no respeta el derecho de la mujer a criar a sus hijos… Todo esto lleva a lo que el autor llama socialización precoz, que supone una discontinuidad en las relaciones del bebé con las personas que le rodean y un debilitamiento del papel de la familia.

    Considera que la organización del Complejo de Edipo y, así, la
    constitución de las instancias estructurantes para el psiquismo se
    apoyan en la continuidad relacional. Lo trabaja desde el punto de
    vista del desarrollo pulsional con su modelo de dos componentes,
    de dominio y erógeno, para formar la «representación». Por lo
    tanto, la discontinuidad relacional precoz lleva a los niños a vivir
    una experiencia permanente de separación, impidiéndoles un trabajo psíquico del que no son capaces todavía.

    Se plantea también las consecuencias para los padres, que
    tienen que hacer un desinvestimiento relativo de sus hijos con
    las consiguientes consecuencias, además de favorecer la no
    diferenciación de la relación materna y paterna, y dificultar en el
    niño los procesos de identificación.

    Va llevando al lector a sus interesantes hipótesis sobre la
    experiencia precoz de determinadas situaciones en los niños y las
    diferentes maneras de descomposición de la familia, explicitándolos
    con cierto grado de amargura, y llegando a considerar el matrimonio
    como un acto de asociación entre personas privadas que no tienen el poder de asegurar la continuidad relacional.

    Para concluir este número se consiguió el artículo La diversidad
    en el modelo actual de crianzas,
    de Alicia Monserrat, que con su
    comprometida implicación a lo largo de su trayectoria profesional en
    el tema que nos ocupa, ofrece sus reflexiones y experiencia clínica de estas nuevas realidades. Considera que hay un mayor compromiso emocional en los vínculos familiares y la elección de pareja como una opción vital. Para hablar de ellas utiliza conceptos como «formas de convivencia» o «formas de vida familiar», que permiten la aparición de la familia ensamblada. Con ello hace pensar al lector sobre lo contradictorias que están llegando a ser las funciones parentales y sus cesiones a instituciones.

    Para responder a los nuevos retos familiares toma una perspectiva
    psicoanalítica que parte del concepto de parentesco de Freud,
    continuado y enriquecido por otros autores, para llegar a cómo la
    construcción psíquica es producto de una trama vincular, pensada
    desde una de las especialidades de la autora, como es lo grupal. Así,
    rescata los deberes de cada una de las partes, sujeto y grupo familiar, para la constitución de la subjetividad.

    Abre multitud de preguntas sobre las posibles formas de paternidad
    y maternidad, advirtiendo del peligro que se corre si no contamos
    con los determinantes inconscientes que sostienen el deseo de hijo.
    Enriquece el artículo con la aportación de una viñeta clínica
    sobre la construcción mental de una niña en una de estas nuevas
    modalidades, haciendo ver como las posibilidades que se abren
    tendrían que estar a favor de la libertad de opción más que a la
    negación de las faltas.

    Se centra en distintas parentalidades, invitando al lector a pensar
    y a cuestionarse sobre ellas.

    Comienza por la adopción, cuyas distintas motivaciones analiza,
    viéndola como un desafío tanto de la prohibición como del castigo,
    para pasar a lo que la autora describe como alianzas producidas por
    el deseo, donde las funciones se ejercen independientemente de la
    identidad sexual de quien las integra. Describe las características
    peculiares de las monoparentalidades y el mandato social que
    asumen, e incita a plantearse los indicadores desde los que pensar la
    constitución de estas maternidades, comprometiéndose a propiciar o desestimar dicho proyecto.

    Al ir explicitando las características y los distintos vínculos
    homoparentales, se cuestiona los conceptos clave en estas
    nuevas realidades, como «padre» y «madre», previniendo de las
    consecuencias de no tomarse un tiempo necesario para la asimilación y elaboración de estos cambios.

    En todo momento se la ve cauta y comprometida, aludiendo a un
    compromiso social a la hora de abrir nuevos espacios para mejorar la
    comprensión e integración de las «crianzas» con desestructuración
    familiar que va enumerando.

    En el obituario recordamos a Bernardo Arensburg con unas
    emotivas palabras de Gisela Renes, que rescata la plenitud con la
    que vivió y cómo se lo transmitía a sus pacientes y alumnos, con una
    enorme generosidad.

    Esperamos que este número les ayude a pensar sobre las
    parentalidades; a nosotras nos ha resultado muy enriquecedor para
    debatir y estar abiertas al análisis de estos desarrollos.

    Inmaculada Delgado Pérez

    Comité Editorial.

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