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Nº 102 ABRIL 2020, VIOLENCIA

Puede adquirir la revista completa o por separado los siguientes artículos:

  1. Inmaculada Delgado. Presentación :

  2. Jean Bergeret. La violencia fundamental. El apuntalamiento instintivo de la pulsión libidinal.

  3. Milagro Martín Rafecas. La violencia familiar y de género. Influencia de los mitos en la trasmisión generacional.

  4. Carmen Monedero y Pedro Gil Corbacho. Ideal del yo, ideología y génesis de la violencia en contextos grupales, sociales e institucionales

  5. Adela San Vicente Cano, Sandra Muñoz Sánchez, Cristina Polo Usaola, Carmen González de Vega. Construcción de subjetividades, género y violencia sexual

  6. Pedro Sanz Correcher y Nuria Tur Salamanca  La terapia basada eb la mentalización para el trastorno límite de la personalidad

  7. Amelia Franquelo García, Andrés Felipe Correa Palacio, Elisa Delgado Fuente, Rocío Paricio del Castillo, Laura Broco Villahoz, Cristina Polo Usaola . Trauma, cuerpo y género. a propósito de la fibromialgia: “Cuerpos rotos por el (des)amor”

PRESENTACIÓN

Comenzamos el año con una tema de marcada actualidad, que está presente en nuestras vidas en muchos aspectos: personal, relacional, social…: la violencia; la sentimos, la actuamos, somos participes y espectadores de ella. Es un acto de violentar a alguien, determinado por múltiples causas, que va dirigido a ese alguien con el fin de comunicar algo y puede salir de un reclamo o de una frustración. Desde esta perspectiva nos interesa la dinámica de la violencia, intentar entender qué se quiere comunicar y por qué la necesidad de esta forma de expresarlo, que ya nos dice algo del individuo que la ejerce. Popularmente la violencia tiene una connotación peyorativa por lo dañina y demoledora que puede llegar a ser, pero los actos violentos no son necesariamente destructivos, nos vamos a centrar en este número de la revista en lo crucial de estos actos violentos, dada la tendencia evolutiva y necesaria del individuo a crecer y dominar el medio que le rodea. Somos conscientes de la vulnerabilidad e indefensión en las que se encuentra el ser humano al inicio de su vida y el grado de dolor que le supone sobrevivir. Este hecho le coloca en un lugar complicado de extrema dependencia y necesita cierto grado de violencia para enfrentarse al mundo, curiosear, intentar manejarlo, hacerlo suyo. Autores como Anthony Storr (1968), -apoyándose en Winnicott ven una relación recíproca entre la dependencia y la agresividad. Coincidimos con otros autores en considerar la violencia como un acto agresivo que está al servicio de una relación con el otro, esta búsqueda del otro es necesaria para la constitución del propio psiquismo. Como apunta Rafael Cruz (1996) esta agresividad implica de modo fundante una conducta de acercamiento y relación con el otro, que quizás se hace desde una estructura comportamental y psicológica más primitiva, anterior a las relaciones de cooperación y amor, dominadas por Eros. Vemos cómo estos dos aspectos se van entrelazando en la necesidad que el bebé tiene del otro para la constitución de su propio psiquismo y cómo esta necesidad le genera una dependencia, que se contrapone con la necesidad del individuo de conseguir una identidad propia y autonomía. Nos vamos imaginando la dinámica donde el bebé, que se encuentra en un estado de extrema vulnerabilidad, necesita de una contención para cubrir las necesidades físicas y psíquicas a través del otro, pero este otro tiene que poder mantenerse a una distancia adecuada, permitiendo la constitución del psiquismo del bebé y su individualidad, sin invadirlo o anularlo. Así el acto violento va a ser necesario para unirse y separarse del otro, desde el inicio y a lo largo de la vida del individuo. Hemos introducido la importancia que tiene el otro, permitiendo los procesos del bebé; Storr nos alerta de que si el niño no tiene nada enfrente, su agresividad tenderá a volverse hacia su interior, contra el yo. Francisca Esplá (2006) nos habla de la interrelación de las subjetividades “La relación dinámica entre violencias, devendrá estructura y constitución del sujeto o destrucción y desmentalización si el yo se siente invadido por sus propias pulsiones o por la violencia secundaria del otro, esta expresa el deseo de la madre de que nada cambie, y tiene un efecto desestructurante sobre el psiquismo temprano, en la medida que obstaculiza la diferenciación y el crecimiento”. Es frecuente ver en la clínica, como actos que requieren de cierta violencia para la individualización del sujeto pueden volverse actos violentos hacia sí mismo y hacia los demás. Muchos autores apoyan la idea de que cuando se obstaculiza este necesario proceso, por ejemplo con la represión, aparece el conflicto psíquico que se manifiesta con actos violentos para el individuo y/o para el otro. A lo largo de la evolución vemos cómo la educación y el progreso no facilitan la individuación del individuo, la tendencia es a producir colectivos no individuos, y esto, como dice Storr, hace sentir al individuo como “un engranaje carente de importancia en una maquina muy grande, verse privado de la posibilidad de afirmación agresiva de sí mismo, y de orgullo y la dignidad apropiados”. Sabin Aduriz (2006) nos habla del malestar en nuestro tiempo, ejemplificado en las manifestaciones de violencia destructiva en el adolescente, que él ve como síntoma de que algo falla, por ejemplo, la amenaza de exclusión social, del desempleo y la dificultad en la construcción de la identidad entre otros. Aporta como explicación unos fallos constitutivos de la instancia superyoica y el debilitamiento de las funciones parentales, y coincidimos con su hipótesis cuando hemos apuntado la necesidad que tiene el bebé de que el otro que tiene enfrente sea suficientemente adecuado. Siguiendo en esta línea, hemos elegido como clásico el artículo Violencia fundamental de Bergeret por el rescate que hace de un aspecto vital y evolutivo de la violencia. En sus páginas describe exhaustivamente el mito de Edipo, que en sintonía con el minucioso acercamiento que desarrolla de la obra de Freud, revela un paralelismo entre Sófocles y Freud, donde habla del instinto violento del ser humano, mostrándonos entre otras muchas coincidencias que aun reconociendo que la escena matricida pertenece a las inscripciones legendarias más arcaicas, su representación ocupa un lugar muy apartado. Más adelante lo asocia a las dificultades que tiene Freud para explicar la sexualidad y el Edipo femenino. Bergeret piensa que el problema no es solo negar la existencia de eventuales instintos maternales y fi liales si no de ver formas de relación mucho más primitivas a partir de lo que él llama el instinto de supervivencia, cuya fantasía es la muerte del otro como condición de la propia supervivencia, a esto lo considera una resistencia afectiva nuestra. Trabaja con la hipótesis de que hay unas pulsiones ligadas especialmente a la lucha por la vida, una forma fundamental de violencia que no incluye ni amor ni odio. Se va nutriendo de otros destacados psicoanalistas para llegar a definir la pulsión de dominio, que la considera una posición fundamental con un fi n en sí mismo. Rememora cómo Freud habla de crueldad originaria, primitiva, pulsiones anteriores a las sexuales y sádicas, y representaciones fantaseadas precoces de un peligro objetal, lo que significa un peligro para el sujeto. Apoyándose en el desarrollo del concepto de pulsión de dominio de Freud, que hace Hendrick, posiciona la violencia fundamental en el terreno de un instinto de supervivencia muy cercano a la “pulsión de autoconservación” e “instinto de vida” de Freud. Su desarrollo le lleva a sostener la hipótesis de la existencia de formaciones fantaseadas, nacidas de la conjunción entre los elementos hereditarios y modelos imaginarios propuestos por el adulto, que atraen y fecundan los elementos estructurales del sujeto, permitiendo la elaboración de las primerísimas fantasías. Estas, al poner en escena una dominación del objeto por la violencia, dan lugar a impulsos instintivos de violencia, desprovistos tanto de amor como de odio, sin tener en cuenta al otro. Ya en un segundo tiempo, en un proceso similar, las inscripciones presimbólicas edípicas generan las elaboraciones genitales que integran la violencia fundamental libidinal y objetal. Este esquema relacional le hace comprender las  carencias del entorno, donde si faltan modelos imaginarios parentales suficientes nos encontramos solo con elementos estructurales violentos. Concluye el autor precisando cuatro niveles de diferencia entre la agresividad y la violencia fundamental, quedando la violencia colocada en el lugar de interesarse por el sujeto, preambivalente, ligada al instinto de vida y apuntalada en la sexualidad. El apartado de artículos monográficos se inicia con el trabajo de Milagros Martín La violencia familiar y de género. Influencia de los mitos en la trasmisión generacional. La autora empieza su texto con la violencia que se ejerce transgeneracionalmente a través del mito. Para ello se detiene en entender qué significa la violencia apoyándose en una de las acepciones del diccionario de la lengua española relacionada con lo psíquico, donde ve la presencia del ataque al “otro”. Así, entiende que la transmisión a través de los mitos supone una violencia psíquica, unida a una falta de la capacidad para la representación y el simbolismo. Para entender desde el psicoanálisis el doble sentido de la violencia psíquica la autora se apoya en Freud, que habla de un déficit en la constitución del psiquismo, en la fuerza vital y destructiva de Aulagnier, así como en la violencia fundamental de Bergeret, en su trabajo se va ir decantando por definirla como una forma de alienación del sujeto humano. Relata las distintas manifestaciones de violencia del adulto hacia el niño y luego marca una diferencia con la agresividad, quedando la violencia como el lugar donde se pierde el sentido de alteridad, presentándola como un momento donde el individuo ha perdido el control y la razón. Plantea en su trabajo cómo la violencia, que es trasmitida intrapsíquica e intersubjetivamente, tiene unas consecuencias en las identificaciones constitutivas del sujeto, pudiendo ser alienantes para este, para lo que nos trae el telescopaje de Faimberg. Estas identificaciones, que pueden ser narcisistas o primarias, le llevan a los mitos de Narciso y Edipo. Pero Milagros no se queda ahí, sino que nos muestra una visión más actualizada, teniendo en cuenta otros mitos conducentes a nuevas parentalidades y neosexualidades, apoyándose en McDougall, Laks y Glocer Fiorini que nos hablan de un Edipo ampliado, transcultural y transgeneracional. Para terminar el artículo, la autora se detiene en los mitos narcisistas y edípicos para entender circunstancias que siempre se han dado y que continúan teniendo actualidad, en las que hay situaciones relacionadas con la violencia. Con un detallado estudio del Mito de Edipo nos muestra el entramado de las tres generaciones en las que se manifiestan diversos actos de violencia por no poder ser pensado, sabido y hablado. Ella piensa que al ser una historia en la que no se da la reparación, sus consecuencias repercuten en la última etapa de la vida de Edipo y en la historia de sus hijos. En el segundo trabajo de los monográficos Ideal del Yo, ideología y génesis de la violencia en contextos grupales, sociales e institucionales, Carmen Monedero y Pedro Gil conciben la violencia como una conducta en estrecha relación con la pulsión que se encuentra en el ser humano tanto individual como grupalmente. Comienzan este articulo con una descripción evolutiva de la violencia desde la pulsión de agresión o de destrucción en Freud, tomando en cuenta la ampliación de la agresión, odio, envidia y castigo que hace Klein, y deteniéndose en la aplicación que Bion da a estos conceptos en el funcionamiento grupal y como generadores o no del conocimiento. El trabajo concluye con el enriquecimiento que aporta la función desobjetalizante de Green. Los autores trabajan desde la perspectiva grupal, destacando la violencia que se impone por la cultura, reflejada por ejemplo en los castigos que derivan del sentimiento de culpa, el ejercicio de poder absoluto del patriarca de la horda primitiva y la dialéctica amor-odio a la figura del líder. Se detienen en distintos acontecimientos históricos, como los genocidios del siglo XX donde desde unos ideales, que en principio aspiraban a unos cambios y mejoras para unir a sus miembros, se perpetúan exterminios en los que el hombre pierde su consideración como ser humano, su alteridad. En su artículo lo explican desde unas ideologías investidas de libido narcisista con una evolución perversa de los ideales del yo, que promovieron la necesidad de unos chivos expiatorios en los que depositar las proyecciones de los objetos internos denigrados. Aquí los autores hablan de que se da una regresión del psiquismo, su conversión en masa y se desvanece el juicio de realidad permitiendo el funcionamiento perverso que se diluye en la omnipotencia del mito. Las reflexiones que hacen los autores sobre el terrorismo, las consideran ampliables a la toma de poder dictatorial, donde describen un funcionamiento esquizo-paranoide que subyace al supuesto básico ataque-fuga, y cuya dinámica grupal corresponde a un psiquismo primitivo, con objetos parciales y ansiedades psicóticas en torno a un objeto interno extremadamente idealizado. En el final del artículo se describe la violencia que se da en el trabajo, desde el ámbito de la salud mental, por la escasez de medios que lleva a los individuos a tratamientos psicofarmacológicos, los actos de maltrato y abuso que se dan en las propias instituciones psiquiátricas, y la desobjetalización que se produce con el diagnostico. Consideran los autores el Psicoanálisis como mejora de ésta situación, como un movimiento científico, pero que requiere de una Institución en la que se enumeran también los distintos actos violentos que se dan.

Para acercarnos más a la clínica de hoy hemos invitado a compañeras de centros de salud mental a que publicaran dos de sus trabajos en nuestra revista; en el primero de estos artículos Construcción de subjetividades, género y violencia sexual, las autoras comienzan con un recorrido histórico del concepto de género como organizador estructural de las identidades de hombre y mujer, ubicándolas en un orden patriarcal. En el desarrollo de su trabajo parten de Money (1955), que empieza a tener en cuenta las diferencias conductuales de ambas identidades, desde el campo psicoanalítico se especifican las diferencias entre el núcleo de identidad y la identidad de género de Stoller, desde lo social rescatan el aspecto relacional, y desde la antropología muestran las ideas de Lagarde, para afirmar que el género es un concepto que varía cultural e históricamente y que el feminismo llamado de la diferencia surge en los setenta para contrarrestar la mayor valoración que se le daba a la masculinidad, intentando visibilizar las características femeninas y revalorizarlas. Adela San Vicente, Sandra Muñoz, Cristina Polo y Carmen González de Vega rescatan como elemento crucial las representaciones conscientes e inconscientes de los padres sobre feminidad y masculinidad, que a través de la identificación primaria hace que el género esté ligado desde el principio a la subjetividad de la persona. En su trabajo desarrollan cómo los procesos de identificación dan lugar a distintas identidades, como la relacional en la mujer y la individualizada en el hombre, e inciden en la contradicción que se le plantea a la mujer si quiere combinar ambos tipos de identidades. Describen las violentas consecuencias que suponen estas identidades para cada una de las subjetividades como la represión de la agresión y el deseo de poder en la mujer, y nosotras nos animamos a aportar, en base a su texto, la represión de las emociones e individualidad en el hombre. Apoyadas en distintas investigaciones, en su trabajo las autoras toman como ejemplo de estas consecuencias las relaciones íntimas, que parten de relaciones de poder asimétricas. El deseo de la mujer se va forjando unido a la mirada del hombre y el descubrimiento de las necesidades del otro. El fi nal del artículo se centra en el ámbito de la violencia sexual hacia las mujeres, planteando posibles intervenciones. Continuando en esta misma línea Amelia Franquelo, Andrés Correa, Elisa Delgado, Rocío Paricio del Castillo, Laura Broco y Cristina Polo inician su texto Trauma, cuerpo y género. A propósito de la fibromialgia: “cuerpos rotos por el (des)amor con un recorrido histórico en el que muestran la violencia que ha padecido la mujer, al ser asociada con los aspectos peyorativos del cuerpo, despojada de sus deseos, limitada a su capacidad reproductiva y siendo objeto de abusos físicos y sexuales, que ya detectó Freud al escuchar a sus histéricas. Las autoras consideran que la mujer ha manifestado por ello y de forma recurrente su malestar, a modo de protesta, en forma de síntomas físicos, desde siempre y actualmente con la fi bromialgia. En su trabajo destacan la importancia del cuerpo y cómo en este se representa el trauma, a veces poco entendido, lo que conlleva un nuevo acto violento. Y se van cuestionando sobre la etiología de la fibromialgia, su experiencia les lleva a coincidir con autores que confirman antecedentes traumáticos en la infancia y adolescencia de estas mujeres por parte del género masculino. Ejemplifican sus aportaciones con viñetas clínicas. En el artículo, las autoras, van a ir fundamentando a través de distintos estudios, su introducción de la perspectiva de género tanto en la comprensión como en el abordaje de la fibromialgia. La conclusión de su trabajo es la recomendación para estos pacientes de la intervención multidisciplinar (fármacos, psicoeducación, terapia cognitivo conductual, etc.), teniendo en cuenta la perspectiva de género. Además, consideran indispensable el tratamiento corporal, incluyendo una reconstrucción del evento trauma, para conseguir una reintegración y reconexión de lo elaborado, en la vida y las relaciones actuales del sujeto. Para cerrar este número hemos elegido una reseña de Ana Alonso, psicoterapeuta psicoanalítica y miembro del Comité Editorial de esta Revista, que apoyándose en distintos autores psicoanalistas, comparte con nosotros sus propias reflexiones de una interesante novela, Tenemos que hablar de Kevin  que ha sido adaptada al cine, y cuya autora indaga a través de cartas que una madre envía a su marido, la necesidad que ésta tiene de entender desde la pareja y a nivel individual, el porqué del asesinato múltiple de su hijo, desmitificando la experiencia del embarazo y haciendo hincapié en la ambivalencia amor-odio de la relación materno filial, con un fondo distinto que nos invita a leer. Esperamos que a nuestros estimados lectores les resulten interesantes estas perspectivas de la violencia, que nosotras consideramos muy prácticas a la hora de trabajar con nuestros pacientes y entender el mundo en el que nos encontramos inmersos.

Inmaculada Delgado Pérez Comité de Redacción


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